Introducción: Papel centralísimo de la Iglesia Católica en
la historia española (reconquista, Reyes Católicos, la Universitas Cristiana de Carlos I, la Inquisición…). Su influencia
declinará a partir de la caída del absolutismo, pero seguirá siendo un factor
de importancia.
Desarrollo: Iglesia toma partido por el absolutismo frente
al liberalismo por su profunda sintonía con el Antiguo Régimen, y por el
sentimiento antirreligioso mostrado en la Revolución Francesa, por ejemplo. Esa
oposición, y el papel relevante de los sacerdotes en el alzamiento carlista, será
factor causal de que la desamortización de Mendizábal se centre en los bienes
eclesiásticos (doc 1), lo que a su vez reforzará el odio clerical al liberalismo.
De ahí va a surgir una oposición liberalismo (y opciones
progresistas en general)-Iglesia constante a lo largo de los siglos XIX y XX,
que se relajará en los periodos moderados (doc 2) y se acentuará en los
periodos más progresistas (bienio progresista, sexenio democrático y por
supuesto República).
De esta manera, la Iglesia será considerada la
personificación de la reacción, y ya a partir de la Semana Trágica serán los
bienes y personal del clero los objetivos de las revueltas populares, lo que
(dicho suavemente) no ayudará a mejorar las relaciones entre Iglesia y
progresismo.
Este proceso llega a su paroxismo en la II República, que
tratará a la Iglesia como un peligro existencial para su supervivencia y busca
separar tajantemente Estado e Iglesia por primera vez en la historia de España
(doc 3); la Iglesia, por su parte, hará buenos los temores de los republicanos
trabajando desde el minuto 1 por derribar la República (pastoral del cardenal
Segura – 1931) y apoyando sin ambages ni disimulos el golpe de Estado del 36,
siendo ampliamente recompensada por sus desvelos durante la dictadura
franquista, en la que ostentará un poder mayor que en los anteriores cien años (doc 4).
Conclusión: La historia del progresismo español y la Iglesia
Católica es una historia de odio encarnizado, en la que las iglesias quemadas y
los sacerdotes justificando ejecuciones masivas son culminación de un proceso
de décadas en el que es francamente complicado delimitar el instigador inicial.
Al cabo, la identificación de la Iglesia con una opción política determinada no
le ha ayudado a mantener su importancia para la mayoría de la sociedad.
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